LAS 5 TONTERÍAS MÁS GRANDES QUE SE DICEN SOBRE LA INMUNIDAD
La inmunología, antes de la pandemia, era una disciplina bastante inaccesible, incluso un poco “elitista” por su complejidad. Pero ¡ay!, la pandemia lo cambió todo, incluso esto. El nivel de conocimientos básicos sobre inmunología ha aumentado enormemente, hasta el punto de que ya pocos desconocen qué es un anticuerpo, una vacuna o un linfocito. Pero la otra cara de la moneda ha sido que muchos expertos de otras áreas también han querido meter la cuchara en el tema inmunológico, a veces con gran desatino. No es que yo sea una de esas fundamentalistas que piensan que, si no has trabajado 20 años en un área, no puedes opinar sobre ella. Muy al contrario, pienso que es bueno que haya discusión y reconozco que, a menudo, el que viene de otro campo, ve conexiones que ignoran los de dentro.
Pero, en ocasiones, las afirmaciones incorrectas en boca de supuestos expertos pueden provocar que quien las escucha tome malas decisiones. Esto puede ser muy peligroso cuando hablamos de salud. Por eso quiero alertaros de algunas afirmaciones que entran dentro de ese terreno. Las 5 que enumero a continuación no son frases que yo haya oído de pasada en la calle, o provenientes de personas sin formación científica. Han sido todas ellas proclamadas por supuestos expertos (ninguno inmunólogo). Y, a mi parecer, pueden crear en el lector una sensación de falsa seguridad y, por tanto, conducir a comportamientos irresponsables.
1) El sistema inmunitario no envejece
Esta es, sin duda, la más gorda. Pienso que quien la emite busca “gustar” al lector, cultivando una imagen de “yo soy tu amigo, no como esos otros que te quieren asustar”. Está bien documentado (por poner sólo tres ejemplos de los miles que existen, aquí, aquí y aquí) que el sistema inmunitario envejece, y mucho. En realidad, sólo lo tenemos a plena potencia en un periodo relativamente corto si tenemos en cuenta la cantidad de años que vivimos. Entre que nacemos “a medio cocer” en términos inmunitarios, y que cada vez vivimos más años, pues la ventana óptima se va acortando. Por eso es importante cuidar nuestro sistema inmunitario de modo que nos dure todo lo posible, y ser conscientes de que, incluso así, a partir de una determinada edad ya no será el mismo.
Aunque es cierto que los linfocitos son muy longevos, como ya os comenté anteriormente, también lo es que, una vez alcanzamos la edad adulta, comenzamos a producir muchas menos células inmunes. Durante la vejez ya generamos muy pocas y, dependiendo de lo que nos hayamos cuidado, muchas otras ya se nos habrán muerto por el camino. Esto tiene sentido a nivel evolutivo: el sistema inmunitario es uno de los que gastan más energía (después del cerebro), y nuestros ancestros raramente llegaban a ser muy ancianos. En ese contexto, tenía sentido que la inmunidad tuviera una “fecha de caducidad”. En nuestros tiempos, estamos extendiendo la vida muchos más años, pero los genes siguen siendo los mismos. Con la edad, por una parte se van produciendo menos células inmunes, y por otra las existentes tienen más tendencia a reaccionar de modo aberrante, lo cual resulta en patologías como las autoinmunes, e incluso la demencia puede tener un origen inflamatorio.
En conclusión, el sistema inmunitario sí envejece, y los ancianos tienen un grado de inmuno-vulnerabilidad que no debemos ignorar. Por eso reciben con periodicidad ciertas vacunas (como la de gripe o covid), que mantienen al sistema inmunitario alerta. Además, se está trabajando en encontrar marcadores que indiquen mayor riesgo de infección en las personas mayores. Se piensa que uno de los factores de riesgo es la infección previa por citomegalovirus (CMV), que parece desgastar especialmente el sistema inmunitario.
2) Tomar vitamina C no sirve para nada
Esta también es buena. Yo, de verdad, no entiendo qué se puede tener contra la pobre vitamina C. Siendo barata, posee efectos beneficiosos de todo tipo sobre el sistema inmunitario, como se resume aquí y aquí.
Os incluyo una lista de los efectos más destacados, provienentes en gran parte de su actividad antioxidante:
-previene la neumonía en infecciones respiratorias;
-activa la función de los fagocitos (las células inmunes que se “comen” a los patógenos);
-estimula la proliferación de los linfocitos, la adhesión de los monocitos y la producción de interferón;
En mi humilde opinión, si alguien supuestamente cualificado afirma que la vitamina C no ayuda a la inmunidad, yo sospecharía que nos quiere vender algo más caro.
3) El estrés no afecta a las defensas
Este tema ha sido controvertido durante mucho tiempo, pero la evidencia se ha ido acumulando y ya es muy difícil defender que a la inmunidad le es indiferente nuestro nivel de estrés. Es más, en los últimos años se suceden los artículos mostrando un efecto enorme del cerebro sobre el sistema inmunitario.
En este aspecto, es muy ilustrativo uno publicado el año pasado en Nature donde se muestra mediante experimentos con ratones que, durante el estrés agudo, el cerebro ordena a los neutrófilos que salgan a la sangre e infiltren los órganos, causando inflamación. Por otra parte, los leucocitos abandonan la sangre y migran a la médula ósea, con lo que se vuelven más efectivos combatiendo autoinmunidad pero son menos eficaces contra los patógenos porque no pueden desplazarse a los órganos linfoides periféricos. Además, los números de linfocitos y monocitos en la sangre descienden. Esto se traduce en mayor severidsd y carga viral en una infección por covid o gripe.
Esto último también es comprensible a nivel evolutivo: cuando te está persiguiendo un tigre, la última preocupación es defenderte del virus de la gripe. Pero, en nuestros días, cada vez más personas están sometidas a estrés crónico. Y es importante ser conscientes de que esta situación merma nuestra capacidad no sólo de defendernos contra infecciones, sino también de controlar el cáncer.
4) Hacer dieta hipocalórica no afecta a las defensas
La dieta hipocalórica (es decir, comer menos) sí afecta a las defensas, y mucho. Tiene un lado bueno y uno malo, como muestran este artículo y este otro, publicados ya hace unos añitos. Lo bueno, que protege de enfermedades autoinmunes. Lo malo, que deja más desprotegido de infecciones por microorganismos. En concreto, una restricción calórica del 40-50% en ratones resulta en un descenso de la actividad inflamatoria de las células T (de ahí el efecto bueno en autoinmunidad) pero también en un descenso de la actividad de macrófagos y monocitos (de ahí la mayor susceptibilidad a microorganismos). Ya sé que me vais a decir que son experimentos en ratones, pero a ver quién es el rico que se ofrece de voluntario para un ensayo clínico con una restricción calórica del 50%. Creo que nos tendremos que quedar con estos datos ¿no?
5) Uno no puede tener las defensas bajas
Aparte de la edad, el estrés y la alimentación (o, mejor dicho, la falta de ella), que ya he mencionado, hay otros factores que pueden bajarnos las defensas. La falta de sueño, por ejemplo, impide la migración de los linfocitos a los ganglios linfáticos y la generación de células T de memoria, como se ha demostrado en ratones. Además, existe un factor estacional, es decir, variaciones de la inmunidad a lo largo del año, esto sí demostrado en humanos. Durante el invierno tenemos más tendencia a la inflamación (provocada por un aumento de la secreción de cortisol), pero menor respuesta a microorganismos. Una vez más entra la evolución en juego: nuestros antepasados, en invierno, probablemente estaban más expuestos a morir de frío que de un virus. Por el contrario, presentamos mayor actividad de los neutrófilos en verano. La conclusión es que, dependiendo de la edad que tengamos, de lo que comamos, de nuestro grado de estrés e incluso de la época del año, nuestras defensas contra microorganismos pueden bajar o subir, no son inalterables.
Observad que las afirmaciones que he enumerado van todas en la dirección del optimismo y el “buenismo”. El mensaje es “no te preocupes, no hagas nada, todo está bien” que reconforta y nos reafirma en nuestros propios errores. Quien escribe así se lleva muchos “likes”, pero no necesariamente hace un bien al que lee. Y eso sin entrar en posibles conflictos de interés. Por eso, para estar bien informado es importante ser consciente de este tipo de sesgos en el comunicador.