¿SE DEBE INVESTIGAR EN PATÓGENOS CON POTENCIAL PANDÉMICO?
¿Se debe invertir en investigación sobre patógenos potencialmente pandémicos, como la gripe aviar, el ébola o el SARS? Es este un debate recientemente abierto en EEUU, y allí casi nadie se ha quedado sin dar su opinión, bien a favor o bien en contra. Es normal (y sano) que se abra un debate de este tipo después de una pandemia sobre cuyo origen sabemos aún tan poquito. De hecho, en España, al menos que yo haya visto, se ha debatido bien poco. Quizá porque, de haberse producido alguna irregularidad, no ha sido en nuestro territorio. Pero me parece un poco miope esa actitud de: “bueno, el problema no ha comenzado aquí, pues que lo debatan ellos”. Ya hemos tenido buena muestra con la pandemia de que, hoy en día, muchos problemas locales se convierten en globales antes de que tengamos tiempo de reaccionar. Por tanto, sí me parece pertinente abordar el debate en nuestro país. Sin embargo, para poder posicionarse, es importante tener en cuenta varios factores que paso a enumerar. No pretendo establecer un veredicto, sino contribuir a la construcción de un marco correcto en el que moverse a la hora de tomar partido o formar una opinión.
No es la investigación en general, es la ganancia de función
En primer lugar, no creo que la pregunta se esté planteando correctamente, y eso añade a la confusión. ¿Qué significaría no investigar sobre patógenos potencialmente pandémicos? Que no podríamos avanzar en la dirección de tener una solución preparada si surge una pandemia. Una vacuna, una medicación, algo. Por ejemplo, la gripe aviar, que tiene desde hace años su espada de Damocles sobre nosotros, en cualquier momento podría generar una cepa que atacara a los humanos. Ya hemos presenciado en directo cómo se desarrolla una pandemia, y el poquito tiempo de margen que nos da para desarrollar soluciones. Por lo menos, dentro de la generación que ha vivido la pandemia de covid-19, no creo que haya muchos que se opongan de plano a cualquier tipo de investigación de este tipo.
Entonces ¿por qué tanto jaleo? El debate en EEUU está girando alrededor de los experimentos llamados de “ganancia de función” (o “gain of function” en inglés), que consisten en generar patógenos más transmisibles o más letales, o bien que son capaces de infectar a nuevas especies animales. Este tipo de experimentos, cuando se realizan utilizando virus que pueden provocar una pandemia, son el centro del debate actual. No es un tema baladí, y tampoco es un debate nuevo. Hay dos problemas relacionados con este tipo de investigaciones:
1) Escapes de virus de los laboratorios: si se investiga en un laboratorio con este tipo de patógenos, puede haber un accidente que resulte en el escape del patógeno, y si este infecta a humanos, esto conlleva riesgo de pandemia. Ha habido escapes anteriormente a la pandemia de covid-19, y no podemos meter la cabeza en la tierra como un avestruz, sino que debemos reconocerlo y estar abiertos a posibles medios para minimizar la probabilidad de este tipo de eventos;
2) Uso malintencionado de la investigación: la información y productos obtenidos de estas investigaciones, aunque sean potencialmente beneficiosos para la sociedad en caso de que surja una pandemia provocada por ese mismo patógenos, también pueden ser utilizados con fines maliciosos. Esto no se puede ignorar, y también se deben considerar medidas para minimizar las probabilidades de este tipo de eventos.
Precedentes de prohibiciones
De hecho, ya existió una moratoria de financiación de este tipo de investigaciones entre los años 2015 y 2017. Y ¿por qué se estableció esta moratoria? Pues porque un grupo de virólogos decidieron convertir un virus de gripe aviar en uno humano, lo consiguieron y lo publicaron, saltando todas las alarmas y resultando en un parón brusco de financiación para investigaciones de ganancia de función. Se ve que la moratoria no sirvió de mucho, porque al parecer, como ahora está saliendo a la luz, se siguieron financiando este tipo de investigaciones de modo indirecto, para que se realizaran fuera del territorio de EEUU. Y, precisamente, parte de las investigaciones se desarrollaban en un Instituto de Investigación de Wuhan situado justo en el epicentro de la pandemia de covid-19. Este tema de conversación se ha convertido en un campo de minas, ya que en EEUU todo lo relacionado con el origen del SARS-CoV-2 y las investigaciones de ganancia de función está extremadamente ideologizado, llegándose a asociar cada una de las dos posturas (a favor o en contra de las investigaciones de ganancia de función) con los partidos demócrata y republicano, respectivamente. Como resultado, el debate es muy limitado, y principalmente reducido a foros informales o a medios no convencionales. Lo cual es una pena, porque la ciencia se juega mucho en todo este asunto. Como veremos más adelante, los científicos se arriesgan a perder aquello que más aprecian: la libertad de investigar sobre aquello hacia lo que les lleven su cabeza y su intuición.
La regulación de la ciencia
Y aquí entramos de lleno en el meollo del asunto. La carrera científica es extremadamente vocacional. Es larga y bastante desagradecida en todos los aspectos vitales no relacionados con la carrera profesional. Uno tiene que decidir crear una familia sin tener certeza de poder alcanzar la estabilidad profesional, mientras pelea por mantenerse en la cresta de la ola. ¿Y qué se obtiene a cambio? Libertad de pensamiento y de acción. Una vez alcanzada la estabilidad, uno puede investigar aquello que se le antoje, sin preocuparse de si va a ser útil a corto plazo o si va a producir beneficio económico. Siempre que se lo financien, claro.
Pero el científico no está en una burbuja, sino en un entramado social con el cual interacciona en las dos direcciones. Por una parte, la sociedad es la que financia la ciencia y, a cambio, el científico tiene el deber de tratar de producir conocimientos que ayuden de algún modo a la sociedad. Sólo hay que ver la reacción que ha tenido la ciencia en bloque ante la pandemia de coronavirus. Pero, claro, a ojos de la sociedad, no todo vale. Por ejemplo, la investigación con animales, ¿es ética? ¿depende de qué animales? ¿depende de si resulta en la curación de una enfermedad o no? Y, en el caso de las investigaciones con patógenos sobre las que estamos hablando, es aún más delicado. Por mucho cuidado que se tenga, es muy difícil evitar los dos peligros de los que hemos hablado anteriormente.
Entonces, existe un dilema: si no se prohíbe, puede haber accidentes; pero si se prohíbe, probablemente alguien va a buscar la manera de continuar estas investigaciones “entre bambalinas” y, casi seguro, con un menor nivel de seguridad. Por tanto, el tipo de regulación a establecer debe tomar en cuenta todos estos factores. Para mí, es bastante obvio que debe existir algún tipo de regulación, y que tanto los científicos como los expertos en salud pública deben jugar un papel importante en el establecimiento de las normas. Es decir, nadie debería situarse inamoviblemente en uno de los dos extremos (estando en un extremo el prohibir, y en el otro eliminar la regulación). Si no se hace de este modo, la contrapartida puede ser una alternancia entre la prohibición total y la desregulación total, dependiendo del partido que gobierne. Y, si algo está claro, es que este posible desenlace no beneficia a nadie.